
El primer destino de lo que hoy conocemos como la ciudad de Mar del Plata era ser una aldea agrícola. Los primeros inmigrantes, entre los cuales había mayoritariamente italianos, al igual que en otras ciudades portuarias argentinas, llegaron para trabajar la tierra. Pero la belleza de sus playas y su localización a una distancia próxima de las residencias de los grandes terratenientes bonaerenses y de la elite capitalina, poco después, transformarían el destino de esta aldea agrícola convirtiéndola en una villa veraniega donde vacacionaban las familias más ricas de la Argentina.
La llegada del ferrocarril primero y la construcción del Hotel Bristol en 1888, impulsaron el desplazamiento del rol productivo de Mar del Plata. Comenzaron a construirse elegantes mansiones en la ciudad. En verano, la elite se mudaba a Mar del Plata, y se reunía en el Hotel Brístol, o paseaba por las ramblas de madera y a partir de 1913, por la recién inaugurada Rambla Brístol, de estilo francés.
La “Biarritz Argentina”, como se la llamaba, comenzó a cambiar de perfil en la década del 20’, cuando el partido socialista ganó las elecciones en Mar del Plata y prometió democratizar la ciudad. El paseo, la caminata, el té, las tertulias en los salones del Bristol o en las mansiones de Ernesto Tornquist, Martín Miguens y Juan Girondo, empezaban a ser divertimentos insuficientes. Juegos de ruleta, billares y baile se sumaron a la oferta del balneario, oferta que buscaba satisfacer a otro tipo de veraneantes que se acercaban a la costa.
Los recién llegados venían ansiosos por pertenecer y especialmente mostrarse y mostrar los símbolos de la nueva riqueza a través de mansiones recién construidas. ¿Pero quienes eran los recién llegados que tanto desdén despertaban en las familias tradicionales? Hacendados menores de la provincia de buenos aires, comerciantes, profesionales y funcionarios.
La llegada de los “nuevos ricos”, como los denominaba la prensa local, promovió el desplazamiento de la elite “aristocrática” de los comienzos. Desde la década del 20’, la clase alta, la “gente de apellido”, comenzó a abandonar el centro del balneario para instalarse más al sur, en Playa Grande, y dejó de frecuentar el Bristol y sus ramblas. El presidente Marcelo T. de Alvear, por ejemplo, construyó su residencia veraniega “Villa Regina” en el nuevo lugar.
En los años 30’, algunas sociedades de fomento, la iglesia y también el Estado, comenzaron a promover la creación de colonias de vacaciones. La política del estado nacional con la promoción del turismo y la construcción de carreteras, por un lado, y la gestión local del gobierno y de los privados nucleados en la Asociación de Propaganda y Fomento de Mar del Plata, terminaron por darle un nuevo perfil a la ciudad de Mar del Plata, ya definida como lugar de veraneo masivo. Mar del Plata “ciudad de todos” era el slogan usado entonces para publicitar el turismo a la perla del Atlántico.
Fue en estos años cuando se inició la construcción de los complejos turísticos de Playa Brístol, con el Casino y el Hotel Provincial y el de Playa Grande, el Paseo Costanero del Sud (que une la ciudad con el balneario de Miramar). En 1938, se pavimentó la ruta nacional 2 y se creó un Balneario Popular.
El establecimiento de un sistema abierto denominado “Boletos combinados” que permitía vacacionar a precios más baratos por un período corto, y residencia en hoteles de menor categoría amplió el espectro de los veraneantes. El reemplazo de la Rambla Brístol por el actual edificio del Casino re localizó el centro, que se mudó a Playa Grande y al barrio “Los Troncos”.
Estos cambios que alteraron el perfil marplatense estuvieron muy vinculados a procesos más generales. La crisis de 1930 impuso un cambio notable en la economía, en la sociedad y también en la mirada que el país tenía de sí mismo. La mirada de la elite de Buenos Aires dirigida a la vieja Europa comenzó a volverse hacia el interior. Y el territorio argentino tomó otro valor. Hubo un doble movimiento: Buenos Aires debía argentinizarse y el interior debía modernizarse a los ojos de la elite gobernante, que paradójicamente contaba entre sus cuadros a muchos de los que habían impulsado el proyecto anterior de la Argentina exportadora de cereales. Quienes antes promovían la relación con el exterior, en estos años, impulsaron la industrialización y la creación de un mercado interno.
La obra pública fue parte de este cambio. En los años 30’ se construyó la red caminera troncal del país que signaría el comienzo del final de la era ferroviaria. Caminos, automóviles y petróleo conformarían la tríada base para el cambio de la visión del territorio argentino. La acción de la petrolera estatal YPF fue clave en este proceso. La imagen de YPF como empresa modernizadora y pujante formó parte de una estrategia publicitaria bien difundida que tenía por objetivo principal reforzar la participación de YPF en el mercado argentino. “YPF hace caminos. YPF hace patria”. La estrategia no se basó solo en la publicidad gráfica. YPF llevó adelante una serie de iniciativas orientadas a difundir el uso de automóviles que marcaron el desarrollo futuro de manera notable.
Por ejemplo, YPF impulsó a nivel nacional, el automovilismo en la modalidad de turismo carretera, lo cual dio lugar a una novedosa forma de integración de los pueblos y regiones del interior. Desarrolló además un plan con el Automóvil Club Argentino mediante el cual se construyeron 180 estaciones de servicios en grandes ciudades pero también en pequeñas ciudades y pueblos, con servicios de alojamiento, recreativos y técnicos, lo cual dio un impulso fuerte y duradero al turismo en el país.
En los años 30’, la crisis había eliminado la opción turística del viaje a Europa para la elite, la expansión de la red caminera posibilitó otras opciones. Esto alentó la construcción de hosterías y hoteles en La Rioja y Catamarca, pero además amplió los servicios turísticos para las clases medias por la vía de los planes de turismo implementados por la Asociación Cristiana de Jóvenes, o el Club Argentino de Mujeres, que tenían casas de veraneo para sus asociados en Sierra de la Ventana, Cosquín y Mar del Plata.
La creación de la Dirección General de Parques Nacionales, en 1934, la creación de los parques nacionales de Nahuel Huapi e Iguazú y de las reservas nacionales de Perito Moreno, Los Glaciares, Lanin, Los Alerces y el Copahue, integraron la avanzada modernizadora y nacionalista que extendía los limites efectivos del Estado hacia los rincones más lejanos del país.
Todos estos artefactos (caminos, automóviles, estaciones de servicios, hoteles, parques nacionales) formaron parte de la operación de integrar el territorio. El éxito de esta operación fue indudable en los años siguientes, como se ilustra en la opinión que sobre estos cambios tuvieron aquellos más reacios a adoptar una nueva visión del país.
Por ejemplo, para los intelectuales argentinos, la identidad argentina estaba en crisis en esa coyuntura. ¿Cómo conciliar la Argentina urbana y Europea, con la Argentina pampeana? La solución requería la opinión de los extranjeros, frecuentemente consultados en sus visitas a la Argentina. Ortega y Gasset, Waldo Frank, Le Corbusier fueron interrogados a modo de “quirománticos”, en la expresión de Victoria Ocampo, para que ofreciesen alguna interpretación que ayudara a entender la vinculación entre identidad y territorio.
La misma Victoria Ocampo emprendió este camino. En los primeros números de la revista SUR, por ella dirigida, se publicaron distintas fotografías de paisajes argentinos. Treinta años después, evocando esos números, Jorge Luis Borges recordaba el asombro que le provocaron esas fotografías en una revista cuya mira estaba puesta en Europa: “…había una foto de las cataratas del Iguazú, otra de Tierra del Fuego, otra de la cordillera de los Andes e incluso una de la provincia de Buenos Aires. Creo recordar que esta, decía Vista de las pampas. ¡En plural! Un verdadero manual de geografía. Victoria había hecho esto para mostrar la Argentina a sus amigos de Europa, pero resultaba curioso en Buenos Aires”.
Ocampo respondió al comentario despectivo de Borges, resaltando la importancia que tenía no tanto enseñarles el país a los extranjeros, sino a los propios argentinos. “Sur, mi querido Georgie, ha sido para mi un medio costoso de aprender nociones elementales, téngalo presente. Estas fotos formaban parte de ese intento. Antes de dedicarlas al lector desconocido me las dedicaba a mí misma, figúrese. Así es tu tierra, me decían. No lo olvides, ignorante”.
Así en la polémica estaban presentes las dos imágenes del interior: la del exotismo (homologable a aquella experiencia de vivir en la selva promovida por Oliverio Girondo décadas atrás, de la cual el mismo Borges había sido partícipe) y la promovida por el turismo, orientada hacia el futuro; una Argentina diversa y rica, una Argentina no disociada entre la urbe europea y la barbarie pampeana.
En 1940, la demolición de la rambla de estilo francés marcó el adiós definitivo al mundo anterior. El Hotel Brístol cerró sus puertas poco después, y las vacaciones dejaron de ser un privilegio para convertirse en un derecho, pero esa ya es otra historia.
PARA LEER:
Mar del Plata. Los primeros pasos de la democratización del ocio, de Elisa Pastoriza, en Revista Todavía (Disponible en http://www.revistatodavia.com.ar).
País Urbano o país rural. La modernización territorial y su crisis, de Anahí Ballent y Adrián Gorelik, en Nueva Historia Argentina, tomo VII, Edit. Planeta.
PARA VER:
Muerte en Venecia, de Luchino Visconti.