DE LAS FORMAS DE RESISTENCIA HACE MUCHO TIEMPO ATRAS


En el siglo XIX, la resistencia de los trabajadores al nuevo orden se manifestaba especialmente en las huelgas y manifestaciones. Pero antes de la consolidación de la sociedad industrial, las formas de resistencia eran diferentes. Durante el siglo XVIII, los motines de subsistencia fueron una forma de protesta popular común en Inglaterra. El alza en el precio del pan, el acaparamiento del grano por parte de los molineros o comerciantes, el hambre, eran las causas últimas de estos motines; pero esta acción popular se insertaba en tradicionales creencias y costumbres de los sectores populares.

La clase trabajadora no vivía solo de pan pero vivía básicamente de pan. Pan de trigo para entonces, aunque también de centeno, avena o cebada. Cuando los precios eran altos, más de la mitad de los ingresos semanales de una familia podían gastarse en pan. En el siglo XVII, los precios de los productos alimenticios eran regulados por un conjunto de disposiciones orientadas a impedir la suba de precios y controlar el comercio. Se establecía así que el trigo traído por los agricultores al mercado local, debía ser vendido en determinadas horas del mercado. Los pobres eran quienes primeros compraban el grano que después llevarían al molinero. A una hora, sonaba una campana, que marcaba el comienzo de la venta a los comerciantes mayoristas. No se podía vender al muestreo. Esta supervisión de los mercados se complementaba con la protección al consumidor. Los molineros y los panaderos debían obtener ganancias razonables de modo de no perjudicar a la comunidad.

Esto estaba cambiando en el siglo XVIII. La venta al muestreo se había generalizado, limitando el grano disponible para la venta a la población de la comarca. Los agentes de cereales, los molineros y los harineros que tienen el grano, podían retenerlo, venderlo al precio que quisieran o no venderlo. Estas prácticas provocaban la protesta y el resentimiento de los trabajadores que no conseguían grano en el mercado a un precio accesible. Un nuevo modelo surgía. La legislación contra el acaparamiento fue revocada. La libertad en el comercio de cereales como doctrina y como práctica se afianzó.

Los agricultores vendían a comerciantes y molineros que estaban en mejor situación como para acaparar el grano, mantener altos los precios en el mercado y vender cuando les fuera conveniente. Pero además, la gradual formación de un mercado nacional, hacía que los comerciantes comenzaran a vender a otras comarcas y cada vez era menos conveniente vender pequeñas cantidades a los pobres locales, lo cual desató en varias oportunidades la furia de la multitud.

Así, los pobres compraban cada vez menos cantidad de grano en el mercado público y los molineros ocupaban cada vez una posición social y económica más importante, en parte envidiable pero también despreciable. Las sospechas de que los molineros mezclaban grano dañado con el de sus clientes, y las demoras en moler el grano de los pequeños clientes en favor de los grandes encargos, no hicieron más que fortalecer el resentimiento de los consumidores contra aquellos.

Contra comerciantes y molineros, se dirigieron las revueltas del trigo o del pan en el mil setecientos. Encabezadas por los mineros, los tejedores y calceteros, sastres, labradores, albañiles, carpinteros y zapateros, en diferentes puntos del país, todas tenían un objetivo claro. No era el saqueo de graneros ni el robo de grano. El objetivo era fijar el precio. Y esto tenía que ver con las antiguas prácticas de control de los mercados.

En numerosas ocasiones, según las crónicas de los alguaciles, los amotinados se presentaban frente a los comerciantes y expresaban el pedido de que el trigo se vendiera a tal precio, prometido lo cual, se marchaban sin violencia. Las acciones eran generalmente disciplinadas. Desde el mercado se iba hacia los molinos y de ahí a las fincas, donde se inspeccionaban las existencias y se ordenaba a los agricultores a llevar el grano al mercado al precio dictado por la multitud. En ocasiones, los “reguladores”, como dieron en llamarse a sí mismos algunos de estos grupos, llevaban contratos escritos donde se establecía el precio a acordar o convocaban a alguna autoridad (jefe de la policía, o magistrado) para presidir la tasación popular. Luego de fijar el precio se retiraba la harina y entregaba el dinero.

Si la respuesta al reclamo era negativa, se saqueaba el comercio, y las mercancías se tomaban sin pagar o dejando sólo el dinero que la gente quería. También en determinados actos de venganza contra comerciantes que habían mandado grano estropeado o contra funcionarios que habían ordenado disparar contra la multitud. En estos casos, se estropeaba la maquinaria y se destruían los libros, y algunas veces se destruía el grano.

Las iniciadoras de los motines eran frecuentemente las mujeres. En 1693, gran cantidad de mujeres fueron al mercado de Northampton con cuchillos escondidos entre sus corpiños para fijar el precio del grano. En 1740, una revuelta en Stockton fue iniciada por una señora con un palo y una corneta. Mujeres apedreando a comerciantes con sus patatas; mujeres con sus niños encerrando a los comerciantes. Estas imágenes de mujeres aguerridas no se encuentran fácilmente años más tarde. En el siglo XIX, la representación de las mujeres trabajadoras fue muy diferente. Por ejemplo, en la iconografía de los sindicatos británicos antes del socialismo, las mujeres aparecían en las tradicionales actitudes de ayuda, atención a los enfermos, junto al lecho de los maridos enfermos, rodeadas de niños. En la iconografía socialista, las mujeres aparecieron como las inspiradoras del movimiento obrero. Serían los hombres quienes representarían a la clase obrera industrial.

Figuras de sufrimiento y resistencia: la mujer del siglo XIX, comenzará a asociarse cada vez más con las tareas domésticas. Estos cambios fueron producto de la llamada división sexual del trabajo: trabajo doméstico no remunerado, trabajo fuera de la casa remunerado. En el siglo XVIII, la familia y la producción eran una unidad. Las mujeres junto a los niños, fueron la mano de obra prioritaria en la naciente industria textil inglesa. Y su rol en la producción fundamentaba entonces la mayor participación en las acciones públicas.

Motines como éstos reaparecen cada tanto como expresión de iras escondidas. Pero otras serían las formas de resistencia en el 1800. Entonces el mercado se impuso, las relaciones salariales y la ausencia del estado regulador, también. Sobre las formas del trabajo y las prácticas de los trabajadores en el XIX, el siglo del estallido de lo social, hablaremos la próxima semana.

PARA LEER:

La economia moral de la multitud. Tradición, revuelta, y conciencia de clase. Estudios sobre la crisis de la sociedad preindustrial. E.P. Thompson (Ed. Critica, Barcelona, 1984).

El mundo del trabajo. Eric Hobsbawm (Ed Critica, Barcelona, 1987).