
La primera imagen de la experiencia del amor en la edad media nos evoca al amor cortés: caballeros cortejando a las bellas damas encerradas en sus castillos. Pero hay que decir que el ideal cortés era esencialmente literario. Su contracara era la brutalidad del mundo feudal, la violencia guerrera de los caballeros. Al igual que las diosas desnudas convocaban el imaginario de los romanos, el amor cortés invocaba los deseos más que representar realidades.
¿Que relación existía entre el amor, la sexualidad y el matrimonio en la edad media?
Entre los nobles, el matrimonio era convenido, generalmente a instancias del rey, que consolidaba su dominio sobre los nobles, dando dotes, favores, tierras, y también organizando matrimonios. El matrimonio se formalizaba por contrato civil. Recién en el siglo XII, la iglesia comenzó a influir en el matrimonio, instituyéndolo como sacramento.. Los matrimonios se celebraban delante de la iglesia (al menos hasta el siglo XV), los lazos se volvieron indisolubles y se impuso la monogamia.
El matrimonio cristiano reclamaba el consentimiento de cada uno de los esposos. No sólo el del marido que podía oponerse al rey o a su propia familia, sino también el de la mujer. Y la idea de consentimiento mutuo era realmente revolucionaria. Otro cambio significativo se produjo a comienzos del siglo XIII. Se decretó la obligación de confesarse al menos una vez al año, dando lugar a la comunión pascual y al examen de conciencia, que constituirían, siglos después, la base de la introspección y del psicoanálisis, como lo ha señalado Michel Foucault.
Como el matrimonio era indisoluble, la imposibilidad de divorcio, frecuente entre los romanos, limitó la independencia de las mujeres. Considerando la organización de matrimonios por conveniencia y la imposibilidad de divorcio, ¿Qué camino quedaba para quienes no estuvieran satisfechos con la pareja asignada?
El adulterio. Es justamente lo que refleja la literatura del amor cortes. Jóvenes caballeros que hacen de todo para apoderarse de la mujer de otro, Tristán e Isolda, Geneviève y Lancelot. Esto sucedía en un momento en que las mujeres escaseaban. Un cronista del siglo XII cuenta que entre las motivaciones que llevaron a los caballeros a las cruzadas estaba la de conseguir mujeres.
Paralelamente, se consolidó el prestigio de la virginidad, alentado por el cristianismo. El culto a la virgen María se impuso en el siglo XII, que desplazó al culto a los santos, común en los siglos anteriores. La virgen tomó un nuevo lugar en la sociedad, mediadora de sabiduría y salvación, y simbolizadora del triunfo de la maternidad.
Gracias al ascenso de la virgen, adquirieron prestigio las madres. El triunfo de la madre fue paralelo a la mayor condena de la sexualidad. O, en otros términos, podemos decir que se elevó la castidad al rango de ideal máximo. María virgen y Cristo soltero.
Al puritanismo romano, el cristianismo añadió entonces la exigencia de pureza, justificada por la cercanía del fin del mundo. San Pablo decía: “El tiempo se esta acortando. Quienes tienen una mujer vivan como si no la tuviesen”. Y la carne se volvió pecado. Algunos extremistas de la pureza llegaron a castrarse en esos años. La prohibición del sexo afectó especialmente al matrimonio. Un teólogo del siglo XII decía “como el acoplamiento de los padres no se realiza sin deseo carnal, la concepción de los hijos no se hace sin pecado”.
La doctrina cristiana fue el fundamento para reprimir las prácticas sexuales; la sexualidad se convirtió entonces en lujuria, fornicación. En la Alta Edad Media, se retomaron las prohibiciones del Antiguo Testamento. Tales eran el incesto, la desnudez, la homosexualidad, el coito durante la regla. Todo esto inscripto en un discurso antifeminista: “El pecado comenzó por la mujer, y por ella todos moriremos”.
A partir de entonces el cuerpo fue considerado un lugar de desenfreno y perdió su dignidad. El cuerpo de la mujer, ¡qué decirlo!. Era el lugar de todos los males. Estas ideas se difundieron en representaciones como la de la mujer desnuda, cuyos senos y sexo muerden las serpientes, una imagen que obsesionó al imaginario sexual de occidente.
¿Que pasaba entre los campesinos? El orden instaurado utilizó el discurso antisexual contra los campesinos que pasaron a ser los feos, los iletrados, los animales que no saben dominar sus malos deseos, y se entregan a la lujuria. Los esclavos de la carne que merecen ser esclavos de los señores.
En la Edad media, la pasión asimilada al amor, fue vilipendiada, maldita. El amor era la pasión en estado salvaje, primitivo y animal. El buen o bello amor, se llamaba caritas, y refería al amor al prójimo, al pobre, al enfermo, en su sentido cristiano.
¿Hubo resistencias a este modelo, más allá de aquellas ejercidas en el espacio íntimo de las personas?
Santo Tomas de Aquino, por ejemplo, se atrevió a decir que el placer en el acto sexual entre los esposos era lícito. Fue el único que se pronuncio al respecto. La resistencia de la sociedad frente a estos cánones tan rígidos se manifestó en el ámbito de la creación artística. Por un lado, a través de la sátira. En el siglo XIV, Bocaccio, y su decamerón son el mejor ejemplo. Por otra parte, el arte renacentista de Boticelli y Tiziano, Tintoretto, creó un mundo paralelo dotado de voluptuosidad y alegría, uno de cuyos temas centrales será el redescubrimiento del cuerpo.
Pasión, amor y matrimonio, tres mundos disociados en la Edad Media. Recién en el siglo XVII, algunos de estos términos volverán a encontrarse, sobre todo en las clases campesinas, no tanto entre los nobles.
Para entonces, al poder de la iglesia, se habrá sumado el poder del estado, reprimiendo las conductas sexuales consideradas “anormales”, especialmente la homosexualidad, que fue considerada un crimen de alta traición durante el reinado de Enrique VIII quien, por ejemplo, mandaba a ahorcar a los homosexuales. El castigo a los homosexuales es parte de la historia de Inglaterra hasta tiempos bastante recientes. Sobre ello, hablaremos en nuestro próximo encuentro.
PARA LEER:
La más bella historia del amor, Dominique Simonnet, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2004.