DE VIAJES Y LOCOS



Un loco pierde todo, menos la razón.
Gilbert Keith Chesterton

La lepra fue uno de los flagelos medievales. Desde la Alta Edad Media hasta el final de las cruzadas, los leprosarios se habían multiplicado en Europa. En el año 1100 había 220 leprosarios en la isla británica y en 1266, había más de 2000 leprosarios en Francia. La lepra desapareció de occidente en las postrimerías de la Edad Media (siglo XV) y los antiguos leprosarios como Saint Germain o San Vicente se transformaron en correccionales o en hospitales.

La desaparición de la lepra se debió en parte al final de las cruzadas que interrumpieron el intercambio entre Europa y oriente, donde se hallaban los principales focos de infección. Los leprosarios se vaciaron pero los valores e imágenes que se habian unido a la imagen del leproso permanecieron en la conciencia occidental hasta nuestros días. El sentido, el gesto de excluir a estas figuras temibles de los leprosos comenzó a orientar hacia otros grupos, los pobres, los vagabundos y especialmente los alienados.

En un principio, las enfermedades venéreas habían tomado el lugar de la lepra. Quienes padecían estas enfermedades eran tratados en los hospitales (antes leprosarios). Pero hay una diferencia entre quienes padecían una enfermedad venérea respecto de los leprosos, y es que se mezclaban con otros enfermos. En algunos casos, se les construían casas especiales no para segregarlos, sino para tratarlos, porque las enfermedades venéreas se volvieron objeto de la medicina.

Otro fenómeno tomaría el lugar de la lepra: la locura. La figura de la locura más significativa en aquellos tiempos fue la nave de los locos (stultifera navis), un barco ebrio que navegaba por los ríos de Renania y Flandes. La nave de los locos fue una composición inspirada en el ciclo de los Argonautas que fue reactualizado en los estados borgoñones en el 1400. Argonautas eran los héroes (Orfeo, Cástor, Pólux, Peleo, Hércules, Teseo, Laertes, Atalanta) que acompañaron al héroe mitológico griego Jasón en su búsqueda del vellocino de oro; y sus aventuras fueron narradas en el poema épico Argonáuticas, por Apolonio de Rodas.

La reactualización del mito de los argonautas dio lugar a la creación imaginaria de diversas naves (las naves de los príncipes, las naves de las damas virtuosas, las naves de la santidad); aparecieron entonces tripuladas por héroes imaginarios que se embarcaban en viajes simbólicos no orientados por el afán de fortuna sino por la búsqueda del destino o de la verdad. De todas éstas, las únicas que tenían una existencia real eran las naves de los locos, puestos que en aquellos años, efectivamente existían barcos que transportaban de una ciudad a otra a los insensatos.

Por entonces, los locos tenían una vida errante. Eran expulsados de las ciudades, y solían recorrer los campos apartados, cuando no podían ser confiados a barqueros. Los municipios encargaban a los marineros el transporte de los locos a otras comarcas. Los marineros solían depositar su cargamento de insensatos en las ciudades europeas donde recalaban. Muchas ciudades tenían espacio para los locos en los hospitales. Los sitios de peregrinación, por ejemplo, concentraban a gran cantidad de locos, porque muchas peregrinaciones organizadas por los hospitales o los municipios depositaban en los navíos a locos en busca de la razón y se pensaba que el peregrinaje a una ciudad santa podría curarlos. Otras ciudades como Nuremberg, que no eran sitio de peregrinación también reunían gran número de locos, alojados en prisiones.

Confiar el loco a los marineros era eficaz desde la perspectiva de los municipios, que de esta manera se aseguraban la lejanía de los indeseables. La travesía tenía además un sentido simbólico. La nave encerraba al loco sin posibilidad de escape y a la vez lo libraba a la incertidumbre de su suerte, cada uno entregado a su propio destino, donde cada viaje podía ser el último. El loco iba al otro mundo del mismo modo que cuando llegaba a la ciudad, venía de otro mundo. Los locos navegando se convertían en prisioneros del infinito, era pasajeros en pleno sentido. No sabían donde iban, no tenían patria y circulaban entre dos tierras que no eran las suyas.

En el cantar de gesta medieval Tristán e Isolda, vemos que Tristán, disfrazado de loco, es dejado por los barqueros en Cornéales. Se presenta en el castillo del rey Marco, diciendo cosas extrañas que denuncian su origen desconocido a la par que los efectos provocados por la inquietud del mar. Isolda, descubre que ese loco es hijo del mar. “Malditos marineros que han traído a este loco. Debieron arrojarlo al mar! Como vemos, el agua y la locura están unidas desde hace mucho tiempo en el imaginario del hombre occidental. El viaje marítimo como cura de la locura, también.

En el Renacimiento se produjo un cambio importante. La locura se volvió un tema significativo. En las farsas, el personaje del loco, el bobo, el necio, deja los márgenes y empieza a ocupar el centro como poseedor de la verdad. El loco recuerda a cada uno su verdad. En la comedia, donde los personajes se engañan entre sí, el necio dice lo razonable que vuelve cómica la obra. También en la literatura, la locura actúa en representación de la verdad.
En el mundo de las imágenes, la referencia inmediata es la obra del pintor flamenco Bosch (El Bosco). En “La nave de los locos” (1504), El Bosco presenta una nave a la deriva donde se encuentran distintos personajes bebiendo, comiendo y cantando. El bufón, los borrachos, el novicio goliardo cantando, la monja tocando el laúd. Entre las hojas de un palo mayo, en el centro de la nave, se asoma el diablo. Los personajes centrales son una monja y un fraile franciscano que intentan morder un alimento que cuelga de un hilo, mientras un ladrón está por sacarles los restos de comida en la mesa. Los personajes están básicamente ocupados en conseguir vino y alimentos.

El universo de la locura relatado por Bosco era sumamente inquietante. La locura había fascinado a los hombres del siglo XV. La libertad de los sueños, la animalidad desatada, eran parte de un mundo fantástico que revelaba la naturaleza secreta de los hombres y la verdad. La locura fascinaba porque era saber. Las figuras absurdas y demoníacas eran elementos de un conocimiento esotérico y básicamente prohibido especialmente tentador para los hombres santos (San Antonio). El loco posee este saber prohibido, mientras que los hombres prudentes solo perciben fragmentos de la verdad. Ese saber predice el reinado futuro de Satanás. La locura es entonces la antesala del Apocalipsis. La locura era la antesala de la muerte. El ascenso de la locura mostraba que el mundo estaba próximo a sucumbir.

La nave de los locos se basó en un escrito de Sebastián Brant de 1494, titulado “La nave de los necios”, una obra satírica y moralista compuesta por 112 cantos y sus respectivos grabados, que relataba el viaje de los locos hacia la tierra de la insanía, describiendo los distintos tipos de necedad y los vicios de los hombres. Las numerosas reediciones y ediciones piratas de esta obra aseguraron su difusión y su influencia posterior en la cultura europea. El sentido de este discurso era moralizante. Vicio, necedad y locura estaban estrechamente vinculados.

En el poema de Brandt la locura aparece unida al hombre y a sus debilidades, a sus sueños y a sus ilusiones, más que a las fuerzas oscuras de la naturaleza. Aquella locura como manifestación cósmica, representada en los cuadros de El Bosco, había desaparecido del discurso. La locura ya no acechaba al hombre sino que estaba dentro de él. Los avaros, los delatores, los borrachos, los adúlteros, son las figuras que Brandt asignó a la locura, que a partir de entonces pasó a ser objeto de una nueva moralidad.

¿Como defenderse de la locura? Mediante la rectitud y la razón, pues. Locura y razón entraron entonces en una relación mutua. Esto exorcizó los peligros de la locura. El discurso racional encorsetó a la locura como una variante, como una figura que la razón debía doblegar para fortalecerse. La locura dejó de ser tragedia, como lo era en las pinturas del Bosco, para ser “crítica de la razón”. Esta operación se hace visible en la literatura, por ejemplo. Pensemos en Don Quijote o en el Rey Lear. En Hamlet, simulando estar loco a fin de desplegar una estrategia totalmente racional.

La locura había dejado de ser inquietante. La locura develaba, descubría; pero la razón se impuso. Y los locos dejaron de navegar y comenzaron a ser encerrados en los antiguos leprosarios. Pero eso ya es otra historia.

PARA LEER:

Historia de la locura en la época clásica, de Michel Foucault, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1990.