EL SURGIMIENTO DE PERIODISMO SENSACIONALISTA: EL DIARIO CRÍTICA DE NATALIO BOTANA


En nuestro país, el periodismo sensacionalista nació de la mano de Natalio Botana, quizás el editor más notable de la argentina. En 1913, a la edad de 25 años, Botana fundó el Diario Crítica, un periódico que no sólo revolucionó la forma y el estilo del periodismo gráfico argentino con el objetivo de captar a nuevos lectores de las clases populares, sino que también promovió una nueva forma de relacionarse con los lectores y construir la opinión pública.

A partir del novecientos, la lectura y la circulación de diarios y revistas se había incrementado notoriamente como consecuencia del aumento de la población (recordemos que el flujo migratorio fue particularmente intenso en esos años) pero también como resultado del programa de escolarización llevado adelante por el gobierno a partir de la sanción de la Ley nacional de Educación de 1884. Esta ley establecía la gratuidad de la enseñanza primaria, lo cual no solo se orientaba a la alfabetización de argentinos nativos, sino a la incorporación de las escuelas de las asociaciones de inmigrantes a un sistema educativo nacional y laico. Los alcances del programa se extendieron a partir de la sanción de la Ley Láinez en 1906 que destino 10 millones de pesos a la creación de 700 escuelas. La política del gobierno había impulsado un descenso de los índices de analfabetismo desde el 78 al 35% entre 1869 y 1914. Hacia 1930, entre el 60 y 70% de los niños entre 6 y 13 años concurrían a la escuela primaria. La ampliación de un público lector se debió además a una mejora en los niveles de ingreso de la población que permitía destinar una mayor proporción del ingreso al consumo de otros bienes, entre ellos los bienes culturales. El proceso representaba además la integración de los inmigrantes de segunda y tercera generación en la sociedad argentina. La prensa sería en gran parte, vehículo de esta integración.

A partir de la década del diez, la ampliación del mercado también fue impulsada por la introducción de nuevas maquinarias y la organización de redes de distribución que posibilitaron menores costos de producción y mayores tiradas, a la par que mejoraba la calidad de las publicaciones con la inclusión de imágenes fotográficas e ilustraciones. Luego de la primer posguerra, se reanudó la importación de maquinarias y los diarios inauguraron nuevos edificios y rotativas que imprimían seis veces más ejemplares en igual tiempo. Aparecieron las agencias de cables internacionales, y la figura del corresponsal enviado a las provincias y al exterior.
En este contexto, se produjo el gran salto del diario Crítica, que en 1922 comenzó a sacar una edición vespertina con un formato renovado y moderno. En pocos meses, la tirada se multiplicó.

De los 2500 ejemplares de la primera salida, Crítica pasó a tener 75.000 ejemplares de la edición vespertina, sumando 145.000 ejemplares en total en 1923. Este éxito se debió a razones periodísticas, esto es la introducción de un estilo periodístico innovador basado en un perfil sensacionalista, expresado en grandes titulares de tono dramático, la inclusión de abundantes y minuciosas crónicas policiales presentadas a modo de pesquisas detectivescas, donde se relataban los avatares del periodista que se involucraba directamente en la investigación policial. Pero el éxito también se basó en su intervención activa en la vida política y social argentina, característica del diario en lo que fue su primera época que se extendió hasta el año 1932, cuando fue clausurado por el gobierno militar de Uriburu.

En 1922, las huelgas y enfrentamientos entre las empresas periodísticas y el gremio de los canillitas dificultaban la venta de diarios. Los conflictos se habían iniciado un par de años antes, cuando los canillitas porteños, agremiados en la Federación de Vendedores de Diarios, reclamaban un aumento de lo que se pagaba al vendedor por diario, la devolución libre de los ejemplares no vendidos y el descanso dominical, entre otros puntos. La mayoría de los diarios habían aceptado las condiciones, pero el diario La Razón no. De modo que los canillitas se negaron a vender La Razón. La Razón contrató vendedores por su cuenta, denunciados como miembros de la Liga Patriótica que actuaban amparados por la policía.

La situación empeoró con el asesinato de un canillita en huelga, apuñalado por los matones que distribuían La Razón, ante lo cual el gremio resolvió no vender diarios como protesta. La huelga se extendió por tres meses. Es en ese momento cuando aparecía la 5ª edición de Crítica, distribuida por los canillitas y revendedores en conflicto con La Razón. El diario de Botana les daba un 50% de ganancia sobre el precio de los ejemplares vendidos, mientras que el resto pagaba 20 o 30% y también les ofreció un espacio donde publicar sus denuncias. A fines de 1922, el gremio logró que todos los diarios aceptaran sus reclamos. Y Crítica llegaba a los 75.000 ejemplares diarios con el apoyo incondicional del gremio de los canillitas.

El pacto con los sectores populares se consolidó con el tratamiento del caso Kurt Wilckens. Wilckens era un anarquista que en 1923 asesinó a Varela, el teniente coronel responsable de los fusilamientos de los peones de las estancias patagónicas, sucesos relatados en la película La Patagonia Rebelde. Crítica le dedico un lugar central a la información sobre estos hechos, denunciando la represión a los trabajadores y las miserables condiciones de trabajo en las estancias. En contraste con los otros grandes diarios, Crítica se posicionó en la línea de la prensa anarquista y socialista como La Protesta y La Vanguardia. Y luego del asesinato de Wilckens, el diario exaltó su figura como un héroe idealista. El Sindicato de los vendedores de diarios reforzó entonces su compromiso con Crítica, que consolidó su posición como “la voz del pueblo”. En 1923, con una tirada mayor a los 150.000 ejemplares, Crítica desplazó a La Razón del tercer lugar en ventas (primero estaba La Prensa, luego La Nación).

La incorporación de más páginas en deportes, la ampliación de la sección dedicada al cine y al teatro, reforzada con la realización de concursos semanales con preguntas sobre cine y convocatorias para actores desconocidos en películas argentinas conformaron una estrategia orientada a promocionar el cine, que alcanzó su cenit en la organización de eventos asociado con las grandes productoras norteamericanas.

Concursos en todas las secciones, concursos teatrales, de historietas policiales inverosímiles, de payadores, milongueros y poetas espontáneos. Los multitudinarios concursos de palabras cruzadas, donde 50.000 señoritas debían resolver un crucigrama gigante en forma de dragón, los bailes y festivales artísticos de tango y de shimmy, marcan la multiplicidad de propuestas recreativas con las cuales Crítica consolidaba el pacto con sus lectores. Desde partidos de fútbol para los canillitas, campeonatos de bolita, barrilete y balero para los niños, hasta un campeonato nacional de truco, Crítica organizaba eventos de variado tipo orientados a distintos segmentos de los sectores populares.

Constituido en la voz popular, en oposición a los grandes diarios orientados a la elite, Crítica inició la publicación de una sección de relatos de vida de los pobres que apelaba a que los lectores enviaran cartas o relatos de sus pesares, pidiendo ayuda, de manera que el diario se convirtiera en un mediador de sus necesidades frente a la sociedad. Así, Crítica paga los impuestos a una anciana, reúne a madres con hijos después de meses o años de separación, regala niños recién nacidos porque sus madres pobres no pueden atenderlos. Consolidada en la línea del periodismo social, Crítica también cultivó el periodismo político. En 1922 y en 1926, apoyó explícitamente al partido socialista; en las elecciones de 1928, se jugó por Irigoyen. El escritor Manuel Gálvez consideraba que el triunfo del radicalismo en 1928 respondió no tanto a la habilidad política de Irigoyen como a la propaganda realizada por Crítica. Menos de dos años después, el diario viró hacia una fuerte posición crítica al gobierno radical, y terminó apoyando el golpe del treinta.

En 1925, Crítica incorporó a varios escritores del grupo denominado martifierrista, Raúl y Enrique Gonzales Tuñón (quien se encargaba de las glosas de tango), Conrado Nalé Roxlo, Roberto Arlt, Ulyses Petit de Murat, Emilio Petorutti. Todos ellos alimentaron el Crítica Magazine dedicado a la literatura, que sería continuada por la Revista Multicolor de los Sábados. Esta última fue dirigida por Raúl González Tuñón hasta 1931, y luego por Borges, quien publicó allí los textos luego compilados en su Historia universal de la infamia.

¿Cómo fue que la vanguardia literaria se había incorporado a un diario popular? La revista Martín Fierro era muy difícil de conseguir en Buenos Aires, y como podemos suponer, era leída por un pequeño grupo de amigos. La oportunidad de escribir para un público de 300.000 lectores era demasiado atractiva para el grupo, que sin embargo despreciaba el estilo periodístico de Crítica, sobre el cual guardaba un elocuente silencio.

Las relaciones entre Botana y los escritores distaron de ser amigables. Muchos de los que trabajaron a sus órdenes, descargaron posteriormente su odio al director en escritos donde directa o alusivamente referían el trato recibido por Botana. Leopoldo Marechal lo parodió en su novela “Adán Buenosayres”, como el jefe absoluto de una rotativa gigante cuyos rodillos devoran y aplastan hombres hasta convertirlos en papel. Marechal incluyó una ya mítica anécdota que ilustraba los artilugios de los que se valía Botana para obtener más dinero por avisos comerciales. Parece que Botana le había encargado al escritor contar los fósforos contenidos en las cajitas y al descubrir que eran 44 y no 45 como la etiqueta señalaba, Botana amenazó a la compañía de fósforos con publicar el engaño en las páginas de su diario. La contratación de publicidad con la compañía evitó que el hecho se diera a conocer.

Sobre la fórmula periodística de Critica, Marechal opinaba: "Era preciso basurear en el crimen, recoger la inmundicia de los cadáveres mutilados y arrojarle por último a la bestia el manjar impreso en cuerpo siete, con grabados de anatomía patológica y abundantes lágrimas de cocodrilo". Roberto Arlt, cronista de la sección policiales, se recordaba como "uno de los cuatro encargados de la nota carnicera y truculenta, obligado testigo de cuanto crimen, robo, asalto, violación, venganza, incendio, estafa y hurto se cometía".

Jorge Luis Borges recuerda a Botana sacando la billetera del bolsillo del saco, tirar al aire montones de billetes para luego observar cómo sus empleados se tiraban al suelo para recogerlos. Una vez, descubrió a Borges mirando avergonzado el espectáculo y por encima de los cuerpos arracimados por el piso, lo invitó a tomar un café. Concluía Borges, "En lo sucesivo, si alguien me avisaba que venía el director, corría a encerrarme en el baño para evitar el mal rato".
Sus acciones y lo que se contaba de ellas hicieron de Botana una figura mítica. Se dice que también era muy generoso. Petit de Murat le agradeció su vida por haber pagado todos los gastos de su internación cuando estuvo enfermo de tuberculosis. Los redactores del diario coincidían en señalar que frecuentemente Botana decidía no descontar los vales y adelantos y que sus salarios eran el doble de lo que cobraban en cualquier otro diario. Los republicanos que se exiliaron durante la guerra civil española, también agradecían a Botana, haberlos ayudado a entrar y a instalarse en el país, mediante sus contactos con funcionarios del gobierno y luego apoyándolos económicamente.

Uno de los puntos fuertes del diario eran las crónicas policiales imbuidas de un estilo literario que aparecían en la sección denominada Literatura, Arte y otros excesos. Los datos suministrados por la policía y las investigaciones periodísticas se publicaban en clave de los clásicos policiales. El relato en primera persona del periodista lo asimilaba al detective, utilizándose además la técnica del folletín para narrar los casos. El texto era realzado por titulares sensacionalistas, reconstrucciones del crimen a cargo de los dibujantes y un fuerte tono dramático.

La vida misma de Natalio Botana estuvo caracterizada por las aventuras y el dramatismo. Su hijo con Salvadora Medina Onrubia (una dramaturga anarquista, redactora del periódico La Protesta) se suicidó a los 17 años, según una de las versiones, luego de que su madre le comunicara que Botana no era su verdadero padre. En 1933, Botana ofreció alojamiento al exiliado muralista mexicano David Alfaro Siqueiros, a cambio de que le pinte un mural. El pintor se instaló en la mansión que Botana tenía en Don Torcuato, acompañado por su esposa Blanca Luz Brun, intelectual y militante comunista uruguaya. Allí, trabajó en “Ejercicio plástico”, un mural en el que Blanca aparecía desnuda. A los tres meses de concluir la obra, luego de frecuentes disputas con su esposa, que al parecer se había convertido en amante de Botana, Siqueiros fue expulsado del país por haber participado en un acto de trabajadores comunistas. Siqueiros se fue a Nueva York solo. Su esposa se quedó a vivir con Botana, aunque la relación no prosperó.

La vida de Botana era la de un gran magnate, por lo cual ha sido comparado con el personaje inmortalizado en la película “El ciudadano” de Orson Welles. Los banquetes en su mansión eran el comentario de intelectuales, políticos y artistas que disfrutaban de los manjares y de los habanos Partagás con los que Botana gustaba agasajarlos. Se dice que sus grandes pasiones eran Crítica y el juego. Podía quedarse días enteros sentado jugando al póquer y de hecho, fueron su carácter y su pasión los que lo llevaron a morir en Jujuy. Su muerte fue el lógico corolario de sus pasiones. En 1941, Natalio Félix Botana tuvo un accidente mientras viajaba hacia un casino en uno de sus tres Rolls Royce. Se negó a que lo atendiera otro médico que no fuera el suyo de Buenos Aires. Botana murió esperando a su médico, bajo su terca voluntad.

Para entonces, el diario Crítica ya no era el mismo de los veinte. En su segunda época, se había convertido en un diario oficialista. Los hijos de Botana no pudieron sostener la empresa multimedios. La villa de Don Torcuato fue parcelada y la mansión fue ocupada por sucesivos dueños. Uno de ellos fue Álvaro Alsogaray, cuya esposa, escandalizada por el mural de Siqueiros, lo hizo frotar con ácido y lo tapó con cal.Y Botana fue prácticamente olvidado, a pesar de que tercamente empeñó su energía y su inteligencia en creaciones trascendentes. Botana nunca hubiera imaginado el olvido, pero quizás tampoco lo preocupara, porque era en definitiva un hombre ocupado especialmente por vivir.

PARA LEER:

Regueros de Tinta. El diario Crítica en la década del veinte. Silvia Saytta, Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1998.

El Tábano. Vida, pasión y muerte de Natalio Botana, Álvaro Abós, Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 2001.
Emperador Botana, Revista Gatopardo, nº 3, Colombia. Disponible en www.lavaca.org