LA LUCHA POR LAS HORAS DE TRABAJO


El primero de mayo se instituyó en 1889. La Segunda Internacional Socialista decidió establecer ese día como jornada de lucha reivindicativa en conmemoración de los sindicalistas ajusticiados en Estados Unidos tres años atrás por organizar la protesta y la huelga en pos de las ocho horas de trabajo.

La instauración del primero de mayo puede leerse como el principio de una nueva etapa en lo que refiere a la organización del movimiento obrero en el mundo, que paulatinamente iba a obtener sus derechos sociales y políticos en las décadas siguientes, a través de variadas formas de lucha y conflicto.

Pero también puede leerse como el final de una etapa anterior, en la cual las acciones de los trabajadores tenían una impronta de espontaneísmo e independencia de las organizaciones específicamente políticas en las que confluirían después.

Para entender la lucha por la obtención de la jornada laboral de ocho horas conviene remontarse a los orígenes de la revolución industrial, aquella que hizo que las sociedades agrarias devinieran en sociedades industrializadas representadas en la figura del trabajo en la fábrica.

En los orígenes de la revolución industrial, el tiempo devino en un factor clave. Hasta entonces, el manejo del tiempo era patrimonio del trabajador artesano que disponía en forma autónoma los horarios en los cuales trabajaba. Pero el trabajo en la fábrica traslado el manejo del tiempo a las manos de los patronos. La duración de la jornada era definida por los patrones, quienes intentaban impedir que los trabajadores tuvieran noción del horario.

Por ejemplo, en la fábrica de un tal Sr. Braid decía un testigo: “Trabajábamos mientras pudiéramos ver en el verano y no sé decir a que hora parábamos. Nadie sino el patrón y su hijo tenía reloj, y no sabíamos la hora. Había un hombre que tenía reloj. Se lo quitaron y lo pusieron bajo custodia del patrón porque había dicho a los hombres la hora”.

Hacia fines del siglo XVIII los gremios más favorecidos habían conseguido una jornada de diez horas, pero la mayoría hacía doce o catorce. Las estratagemas para extender la jornada de trabajo por parte de los patrones eran variadas. El reloj se adelantaba por la mañana y se atrasaba por la tarde. Se intentaba acortar la hora del almuerzo de la misma manera.

Así, fueron los patronos quienes enseñaron a la primera generación de obreros la importancia del tiempo. La segunda generación pugnó por la jornada de diez horas. La tercera hizo huelgas para conseguir horas extra y jornada y media de descanso. Los trabajadores habían aceptado las categorías de los patrones y aprendido a luchar con ellas. Habían aprendido la lección de que el tiempo es oro.

En las primeras décadas del siglo XIX, la discusión no era tanto por los salarios como contra el cambio de orden, contra la disciplina férrea de la fábrica que les privaba del manejo del tiempo. Y también contra los sistemas de pago de salarios en vales intercambiables por productos. Los trabajadores de la industria textil comenzaron a manifestarse a favor del proyecto de ley de diez horas de trabajo diarias. Todos los trabajadores comenzaron a pedir el derecho a afiliarse a los sindicatos.

En Inglaterra, los trabajadores se involucraron activamente en la formación de Cartismo, un Movimiento de protesta que reclamaba por la ampliación del derecho electoral y mejoras laborales (integrado por trabajadores y la pequeña burguesía). El Cartismo pidió también por la jornada de ocho horas. Esto fue rechazado por el Parlamento. Se inician entonces huelgas, protestas y acciones violentas.

El surgimiento de los sindicatos y la organización de huelgas y piquetes, atrajeron un aumento de los salarios reales entre los obreros organizados durante el estallido de actividad en los años treinta, pero luego la depresión y las autoridades, barrieron con los sindicatos, implicando un retroceso en las luchas de los trabajadores. Pero en el último tercio del siglo XIX, los salarios reales se elevaron y los reclamos sindicales se renovaron apelando a las huelgas y a las manifestaciones.

Hacia fines del siglo XIX reaparecieron las manifestaciones. Estas fueron derivando de los rituales de presentación pública ejercidos desde mucho tiempo atrás por los trabajadores. Desde 1820 se tiene registro de la realización de procesiones, o marchas de las asociaciones de oficios, así como de manifestaciones políticas en masa y festivales sindicales.

Por ejemplo, las manifestaciones de los mineros en la primera mitad del siglo XIX seguían un procedimiento sistematizado que luego se repetiría. Cada logia se reunía en un sitio determinado, generalmente un pub, desde el que se formaban para ocupar su lugar en la procesión. Todos los mineros participaban. Las mujeres eran espectadoras. Generalmente se las excluía de las marchas.

Estas formas de activismo sindical fueron creando espontáneamente símbolos y rituales que luego se difundirían en todos los países. Uno de los avíos rituales fue el estandarte. La utilización de estandartes en las manifestaciones aparecen documentados desde fechas tempranas (1819). Y la bandera roja como símbolo de la clase trabajadora, comenzó a difundirse espontáneamente entre las barricadas de las revoluciones de 1848.

El más significativo de los rituales obreros, fue el primero de mayo. Una combinación de manifestación obrera y festival muy similar a las manifestaciones y galas de los mineros de algunas décadas atrás. La manifestación del primero de mayo era la auto presentación pública y regular de una clase. Una afirmación de poder, una conquista simbólica representada en la invasión social del sistema.

El desfile anual con la bandera del ejército obrero, constituía una ocasión política especial para mostrar la unidad de los trabajadores de todas las actividades. El primero de mayo se planeó como una manifestación única, simultánea e internacional a favor de la legalización de la jornada laboral de ocho horas.

La repetición anual le fue impuesta a los partidos por las bases. La gran participación pública hizo que la manifestación pronto se convirtiera una fiesta o celebración. Si bien, los revolucionarios más puros hubieran preferido marchas de protestas más militantes y menos festivas, el tema es que las masas fueron imponiendo el carácter de la manifestación.

Décadas después, la reivindicación específica del primero de mayo original quedara relegada a un segundo plano. La festividad se convirtió más y más en la afirmación anual de la presencia de una clase, mediante la afirmación simbólica del poder fundamental de los trabajadores: la abstención del trabajo mediante huelgas de un día de duración.

Esta celebración era muy sentida por los trabajadores, de modo que los oponentes del movimiento hicieron esfuerzos por cooptarla. Hitler la transformó en fiesta nacional oficial en 1933, trocando la imagen de lucha de clases por cooperación en beneficio de la causa nacional.

¿Qué queda de esos rituales en la actualidad? El apogeo de esta celebración en las primeras décadas del siglo cedió luego según las circunstancias históricas de cada país. Pero especialmente después de 1950, no sólo la institucionalización del feriado y su cooptación por diferentes fuerzas políticas, sino las transformaciones económicas, sociales y culturales despojaron a la celebración de su fuerza. La clase trabajadora no es la misma.

En principio, como decía una anciana italiana que solía participar de las manifestaciones de principios del siglo, muchos de los derechos de los trabajadores fueron obtenidos más tarde, el derecho a la afiliación, la jornada laboral, la ciudadanía política. Pero, en las últimas décadas, sobre todo en la Argentina pero no sólo aquí, el trabajo precario se ha difundido. Se trabaja más de ocho horas para complementar sueldos escasos, la afiliación sindical ha decrecido y los dirigentes sindicales están muy distanciados de las bases. Sin embargo, la situación no parece generar formas de lucha que dispongan de un consenso generalizado como aquellas de hace cien años atrás. Quizás esta sociedad más fragmentada, donde los individuos persiguen el desarrollo personal, haya alejado para siempre la utopía del progreso y del bienestar entendida como un logro compartido.

PARA VER:

Germinal- De Claude Berri (1993).
Germinal- Ives Allegret (1963).
La madre, de Gleb Panfilov (1993).

PARA LEER:

El mundo del trabajo -Eric Hobsbawm- Ed .Crítica, Barcelona, 1987.
La formación de la clase obrera en Inglaterra- E. P. Thompson, Crítica, Barcelona, 1989.