
En el siglo XVII, Holanda se convirtió en la potencia comercial de occidente, desplazando a España del lugar central. La economía española, basada en la exacción de riquezas del nuevo mundo, comenzaba a atravesar una profunda crisis desde finales del siglo XVI, que había sido llamado “el siglo de oro español”. La pequeña república costera había desplazado al gran imperio español, en cuyos territorios no se ponía el sol, como solía decir Carlos V, rey de España. Holanda había sido parte de ese imperio, dominado por los Habsburgos.
Ya en el siglo XVI, la región era una de las más urbanizadas de Europa: el 18% de la población vivía en ciudades de más de 10.000 habitantes. Los artesanos trabajaban la lana española e inglesa y exportaban tejidos. Los comerciantes dominaban el Báltico y comenzaban a competir con comerciantes españoles y portugueses por el comercio en el Índico. Los países bajos tenían, además, una agricultura comercializada, una proporción importante de campesinos propietarios, amplia red de comunicaciones, buen acceso a las vías fluviales, un veloz sistema de transporte, y una producción textil en pequeña escala pero bien organizada, y una elevada concentración de capital.
La soberanía política de la región estaba muy fragmentada. La administración estaba a cargo de una estructura descentralizada basada en los poderes municipales, de modo que las provincias eran federaciones de municipios. El problema para la región era que el dominio español avanzaba sobre los ingresos de la burguesía. La tensión entre los príncipes que querían reclutar hombres para el ejército y los burgueses se expresó en la resistencia a aportar suministros y hombres para las guerras dinásticas. Pero además, la reforma introdujo un nuevo elemento de conflicto. Durante el reinado de Felipe II, hijo de Carlos, los países bajos adhirieron al protestantismo en su variante calvinista. El protestantismo fue particularmente fuerte en las áreas más urbanizadas donde la aristocracia terrateniente era relativamente débil.
Cuando la gobernación designada por Felipe II, instauró una serie de impuestos para financiar la guarnición española en los países bajos, además de amenazar con establecer la inquisición, una liga aristocrática se posicionó a favor de las libertades regionales. En Flandes, el pueblo ingresó a las iglesias católicas para saquearlas. Felipe envió tropas al mando del Duque de Alba que aplastaron la rebelión y ejecutó a los nobles rebeldes. Esto fue en 1567; desde entonces comenzaron una serie de conflictos conocidos luego como “la guerra de los ochenta años” o “la rebelión de los Países Bajos”. Los países bajos del sur fueron reconquistados por los españoles, pero las provincias del norte formaron la unión de Utrecht a la que se sumaron Brujas, Gante y Amberes en 1579. Esta unión rechazó la autoridad de Felipe II y designaron a Guillermo de Orange como estatúder, una especie de gobernador general que ejercía en nombre de la soberanía residente en los Estados Generales, en las ciudades y en las provincias o en el pueblo en general.
La estructura política se parecía a una confederación de ciudades estado coordinada por un ejecutivo, funcionando como una especie de república. Años después, el asesinato de Guillermo de Orange, impulsado por Felipe II no significó la derrota de los holandeses, que con ayuda militar inglesa, rechazaron a los españoles, firmándose una tregua en 1609 que otorgo la independencia a las Provincias Unidas. Tanto Inglaterra como Francia -en guerra con España- reconocieron la independencia de Holanda y el resto de la comunidad internacional la reconoció en 1648, en el tratado de Westfalia. Entonces la iglesia reformada holandesa se convirtió en la iglesia oficial.
La guerra de los ochenta años representó la primera revolución burguesa. Los Países Bajos fueron entonces el modelo europeo de revolución burguesa. Liberada del dominio español, la economía holandesa creció notablemente a partir de la expansión del comercio en oriente y occidente. Parte del éxito se debió a la flota holandesa, constituida por barcos ligeros que tenían gran capacidad de almacenamiento y abarataban los costos de transporte.
La guerra de los ochenta años representó la primera revolución burguesa. Los Países Bajos fueron entonces el modelo europeo de revolución burguesa. Liberada del dominio español, la economía holandesa creció notablemente a partir de la expansión del comercio en oriente y occidente. Parte del éxito se debió a la flota holandesa, constituida por barcos ligeros que tenían gran capacidad de almacenamiento y abarataban los costos de transporte.
Fue justamente en la Holanda del siglo XVII, donde las obras de arte comenzaron a ser vendidas y compradas como mercancías, donde se constituyó un mercado de obras de arte. Hasta entonces, los artistas estaban bajo la protección de distintos mecenas, reyes y aristócratas y no producían para un mercado. En Holanda, los ricos comerciantes comenzaron a encargar y adquirir obras de arte para exhibir su ya consolidado prestigio, pero también como motivo de inversión, dando origen al coleccionismo. Las pinturas comenzaron a venderse en los talleres de los pintores y en los puestos de las ferias, mientras que los grabados se vendían en las librerías.
Las primeras obras de Rembrandt fueron retratos, muchos de ellos de los comerciantes holandeses, de sus hijas y sus esposas. Uno de los más conocidos es “El comerciante de Ámsterdam Nicolaes Ruts”, retratado elegantemente con telas oscuras que aludían a la austeridad, surcadas por una costosa piel que daba cuenta de su sólida posición como comerciante de pieles. En él se reflejaba también la ambición de Rembrandt, el hijo de un molinero de Leyden por incorporarse a la burguesía de Ámsterdam. Al año siguiente de pintar el retrato de Nicolaes Rut, Rembrandt se casó con la hija de un comerciante de la ciudad. Su éxito como retratista le garantizó una prosperidad económica que Rembrandt aprovechó para adquirir antigüedades y obras de arte. Pero la muerte de su esposa, y años después, la muerte de su hijo Titus lo sumieron en la depresión y terminó en la miseria en los últimos años de su vida.
No sólo las formas de producción y circulación del arte cambiaron entonces, sino fundamentalmente la forma de mirar y de concebir al arte. No fueron ajenos a este cambio el desarrollo de la matemática, la astronomía y sobre todo de la óptica en el siglo XVI y XVII. Si bien las lentes habían sido inventadas hacia tiempo, se tenían por instrumentos deformantes y engañosos. Recién en el 1600 comenzó a confiarse en ellas. El uso de gafas por ejemplo, se difundió en el siglo XVII. Entre 1590 y 1600, el óptico holandés Zacharías Janssen inventó un microscopio, aunque sus imágenes eran borrosas por la mala calidad de los lentes. Según otros, el microscopio fue inventado por Galileo en 1610. En 1619, Cornelius Drebbel presentó un microscopio compuesto de dos lentes convexas. Luego, el holandés Antonie van Leeuwenhoek, perfeccionó el microscopio usando lentes pequeñas, potentes, de calidad, en un artefacto de menor tamaño.
El desarrollo de la óptica y la confianza en la ciencia atrajo un nuevo modo de mirar al mundo y de representarlo. A este cambio contribuyó especialmente Johannes Kepler, un astrónomo y matemático alemán que formalizó los principios de la óptica. Kepler definió al ojo humano como un mecanismo productor de imágenes y a la visión como representación. Esto dio lugar a un modelo que identificaba descubrir y hacer, descubrir y ver, lo cual establecía una nueva relación entre naturaleza y arte.
Cuando Kepler estaba estudiando los cambios en el diámetro de la luna, su interés pasó de la astronomía al instrumento óptico. Sostenía que la clave en las diferencias de medición estaba en la precisión óptica de la imagen formada en la cámara oscura que se utilizaba para observar a los astros. Fue entonces cuando Kepler comenzó a estudiar el instrumento de observación, o sea el ojo, al cual describía como un mecanismo óptico provisto de una lente con capacidad de enfocar. Descubrió entonces que la visión estaba dada por la formación de una imagen retiniana que llamo pictura (pintura).
Este descubrimiento tuvo consecuencias impresionantes. En principio, que el origen de los errores en la visión debía buscarse en la conformación y en las funciones del ojo mismo. En segundo lugar, la diferenciación entre dos imágenes, la del mundo exterior al ojo y la proyectada en la retina, introdujo la noción del distanciamiento de lo real a través de la representación. A partir de entonces el concepto de representación incluirá dos facetas: lo ausente y lo presente. Toda representación alude a una realidad distinta a lo presentado, he ahí la ausencia. Al mismo tiempo la representación, presenta lo real en otra forma.
El arte imitaba las cosas del natural tal como aparecían, pero a partir de entonces se propuso una representación que a la vez implicaba una reflexión sobre el mundo. La pintura holandesa constituía una descripción de la realidad visible más que la imitación de acciones humanas significativas. Pictóricamente, esta noción se encuentra en ciertos rasgos comunes al arte holandés del XVII. Otros elementos de esta nueva configuración eran: la ausencia de un punto de vista fijo como si la realidad tuviera prioridad sobre el espectador; el juego con contrastes de escala, la falta de un marco previo y la plasmación de formas por medio de luces y sombras, i.e.: el claroscuro. A finales del XVI, Caravaggio había utilizado luces intensas para dividir al cuadro en zonas claras y oscuras de modo de dirigir la atención del espectador. Esta característica se extendió entonces por toda la pintura del Siglo XVII. Pero mientras que Rubens y Vermeer partían de la luz, para llegar a la sombra, Rembrandt anteponía lo oscuro.
Retomando a Kepler, para que una imagen se forme en la retina es necesaria la luz. Este es el artificio que utiliza Rembrandt: Dejar aparecer tímidamente la luz para formar la imagen. Esa luz no proviene de ninguna fuente, lo cual denuncia el artificio mediante el cual el artista compone una imagen visual para el espectador.
En la composición de sus cuadros, Rembrandt le asigna al observador un papel especial. En “Los Síndicos de los pañeros” la experiencia visual llega a su cenit. El cuadro muestra a seis síndicos en torno a una mesa. La figura central sostiene una pagina en el libro de cuentas, como explicando algo, la bolsa de dinero del tesorero aparece a la derecha. El lenguaje corporal y la expresión de los síndicos ponen de manifiesto que los personajes están absorbidos por la acción. No hay pose en este cuadro. La composición en conjunto nos provoca pensar que hemos sorprendido a los síndicos en plena tarea. La indiferencia de los rostros frente al observador así lo confirma. El hecho de que no nos miren directamente nos hace participar aun más en el cuadro. La contemplación de una obra como experiencia visual es pues la faceta más notable de la obra de Rembrandt.
La representación como forma de conocimiento emparentó entonces al arte, la ciencia y la naturaleza hacia una nueva concepción del mundo en el siglo XVII. Rembrandt en la pintura, Shakespeare en el teatro y Cervantes en la literatura crearon objetos culturales que se proponían representar al mundo para convertirlo en objeto de conocimiento y de deseo.
PARA VER Y LEER:
Rembrandt (1999), dirigida por Charles Matton y protagonizada por Klaus Maria Brandauer.
La joven de la perla, de Tracy Chevalier, Alfaguara, 1999. Existe una versión cinematográfica de esta novela, dirigida por Peter Webber y protagonizada por Scarlett Johansson.
El arte de describir. El arte holandés en el siglo XVII, de Svletana Alpers, Ed. Hermmann Blume, Madrid, 1987.