EL PODER DE LAS IMAGENES: LOS TRABAJADORES EN LA GRAFICA PERONISTA


En otra ocasión hemos hablado de la institucionalización del primero de mayo, en sus orígenes una jornada de acción y lucha reivindicativa de los trabajadores, que a lo largo del siglo XX se transformó en un feriado despojado de su contenido social original. Del mismo modo, la utilización de los trabajadores en la propaganda política se convirtió en un elemento clave en la construcción de tradiciones políticas por parte de los gobiernos occidentales durante el siglo XX. Tanto el régimen soviético, como el nazismo, el fascismo y el “New Deal” de Roosevelt, colocaron al trabajador en el centro de representaciones gráficas alusivas a la grandeza de la nación.

Hoy hablaremos de las representaciones sobre el trabajador construidas por la gráfica del primer peronismo en el marco de la invención de una tradición política. Pero para ello vamos a remontarnos al siglo XIX, cuando las imágenes libertarias y revolucionarias se representaban en la figura femenina, una práctica inaugurada con la revolución francesa, o mejor dicho con la tradición política francesa surgida en la revolución.

Justamente la personificación de la República Francesa, era Marianne, una muchacha tocada con un gorro frigio, activa y emancipada, aceptada como líder por los hombres. Durante el siglo XIX, el concepto revolucionario de la república o de la libertad, era una mujer desnuda o con los pechos al aire. En esta línea, la obra “La Libertad guiando al pueblo” de Eugène Delacroix se instaló en la gráfica política del siglo XIX. “La libertad guiando al pueblo” fue pintada en 1833. El autor se inspiró en la revolución francesa y se convirtió la alegoría republicana de la libertad y de su eslogan “
Liberté, égalité, fraternité”.

Pero desde las revoluciones democrático-plebeyas del siglo XIX hasta los movimientos proletarios y socialistas del siglo XX, la figura femenina comenzó a perder importancia. La mujer obrera no fue sino excepcionalmente representada por los artistas. La madre proletaria, por otra parte, era una figura de sufrimiento. Despojada de su sexualidad y escondida detrás de las vestimentas de la pobreza, era puro espíritu y nada de cuerpo. La novela escrita por Gorki “La Madre”, es expresión certera de este imaginario, que también puede verse en la versión cinematográfica, dirigida por Gleb Panfilov en 1993.

A los fines simbólicos, el cuerpo femenino aparecía cada vez más vestido, a la par que el cuerpo masculino aparecía desnudo. La imagen que simbolizaba con frecuencia a la clase obrera, era la del joven con el torso desnudo. El fuerte trabajador blandiendo el pico o el martillo. El ícono masculino con los atributos simbólicos del trabajo -el martillo, el yunque y el engranaje-, fue habitualmente empleado durante los años de entreguerras, por países que, como la URSS y los EEUU, planteaban la industria como motor del progreso. La aparición de esta figura en el horizonte de la gráfica política del siglo XX tiene un punto de partida en la revolución bolchevique donde el “herrero”, en ocasiones con el torso desnudo golpeando con furia el martillo sobre el yunque, se mostraba como el “constructor” de la nueva sociedad y el héroe de la revolución popular.

Según los estudios de Victoria Bonnell, la figura del obrero soviético se fundó en las representaciones del socialismo de finales del siglo XIX. No obstante, el antecedente histórico de la figura del trabajador fue el coloso de Hércules, diseñado por Jacques-Louis David para un festival revolucionario de 1793.

En el caso del peronismo, la construcción del imaginario visual en su propaganda de los años cuarenta descansaba básicamente en la figura del trabajador. La gráfica peronista hizo circular tres diferentes versiones de el “trabajador”. Como el “descamisado”, héroe de los orígenes del movimiento peronista nacido el 17 de octubre de 1945. Como el “trabajador industrial”, y como el “trabajador rural”, imágenes que referían a la modernización tecnológica. Finalmente, como el hombre común, fuera del espacio laboral y en el marco de la vida familiar.

El héroe del primer peronismo fue el descamisado. El obrero suburbano mal vestido e inculto (en la visión de los enemigos del peronismo) se convirtió en el ícono del triunfo popular. Un héroe que rompía con la oligarquía y anunciaba la llegada de los nuevos tiempos. El año 1950 constituyó el punto de inflexión en la iconografía del 17 de Octubre. El centro se desplazó desde el descamisado a las figuras de Juan y Eva Perón, cuyos perfiles, acompañados por la leyenda “Justa, Libre y Soberana”, fueron impresos en los medallones. Estas figuras aludían a una versión más jerárquica de la estructura del movimiento peronista. Por otra parte, la figura del descamisado con su rostro sonriente convalidaba la obra de un gobierno que había anunciado la justicia social. En los últimos años de gobierno, el descamisado ya representaba la subordinación de la clase trabajadora a la autoridad de Perón, lo cual puede verse en las imágenes de Perón (cuya figura adquiere una escala mayor) arengando a los sumisos trabajadores.

En segundo lugar, las imágenes del trabajador industrial y el trabajador rural aludían a las transformaciones económicas y sociales promovidas por el peronismo. Los trabajadores vestidos de overol junto a sus herramientas aludían a la modernización de la producción y a la reforma social, introducidas por el peronismo. Esta versión aparece en el afiche del 1 de mayo de 1947, donde se ve al obrero sonriente y descansado porque su trabajo se facilita con la introducción de maquinaria moderna en el ámbito dela fábrica. El contraste de esta figura con las ilustraciones socialistas de los años treinta, es notorio. En los ’30, el periódico socialista “La Vanguardia” mostraba al obrero con el martillo levantado, mientras que en “Claridad”, el obrero señalando al horizonte simbolizaba la esperanza en las reivindicaciones futuras que resultarían de la lucha sindical. La gráfica anarquista presentaba una visión pesimista según puede verse en las imágenes que narraban la explotación de los obreros bajo el capitalismo. Cuerpos tensionados por el esfuerzo, hombres sin rostro, “masas atontadas a las que solamente se les encomienda la parte muscular, irracional y mecánica del trabajo”. Contrariamente a la figura del trabajador construida por el anarquismo, los trabajadores peronistas aparecían duchos en el manejo de las maquinarias, que volvían ocioso el uso de la fuerza física.

El discurso antiperonista ha vinculado a la propaganda del gobierno peronista con los modelos de la gráfica nazi y fascista. No obstante, el análisis de la iconografía del peronismo realizado por la historiadora Marcela Gené ha mostrado otra realidad. Los programas económicos de Alemania e Italia dieron un papel central a la industrialización y a la innovación tecnológica, pero la propaganda optó por enfatizar el mundo rural en función de una tradición más conservadora, coherente con la ideología de estos regímenes. Los afiches de las ferias y exposiciones en los años 30’ tenian como protagonistas a jóvenes granjeros utilizando herramientas primitivas que aparecían en una configuración bastante diferente a la del proletario stalinista, ícono del presente y del futuro de la revolución rusa. El discurso gráfico nacionalsocialista evocaba la armonía de la sociedad agraria previa a la industrialización, idealizada por el pensamiento romántico alemán, muy crítico del liberalismo y de los efectos de la modernización en la cultura y en la sociedad alemana. La representación de la vida rural hablaba además de la inmovilidad del tiempo aún cuando el plan económico del gobierno habia priorizado el desarrollo de la gran industria. También en la Italia fascista, el campesino trabajando con herramientas rudimentarias enfatizaba la continuidad con el pasado rural. Por otra parte, los trabajadores urbanos tenian un lugar secundario y generalmente eran presentados en configuraciones que señalaban el contraste entre los buenos tiempos actuales y el desempleo anterior al fascismo.

En contraste a estas construcciones míticas que apuntaban a legitimar los referidos regímenes en las tradiciones nacionales, la gráfica soviética, la del New Deal y también la del peronismo, enfatizaron los logros del presente y la superación del pasado de atraso y desigualdad social, mediante un elemento común. Las categorías “trabajador” y “Nación”, eran el pilar de las fuerzas productivas.

Las imágenes de los trabajadores en el peronismo desplazaron a la simbología republicana en la Argentina, identificando de este modo a la revolución que el mismo peronismo decía encarnar. En 1955, la Revolución Libertadora que derrocó al régimen, arrasó con los símbolos e imágenes con el fin de borrar todo recuerdo de la década peronista. Los bustos y los retratos de Juan y Eva Perón fueron despedazados, los escudos partidarios fueron destruidos, y los folletos y carteles, quemados. No obstante, esta furia no sirvió más que para reafirmar el poder del peronismo. A la luz del poder de las imágenes, podemos entonces entender lo que sucedió con el cadáver de Eva Perón, en los años posteriores.

Que las imágenes son artificios útiles en la invención de una simbología destinada a consolidar el poder de los gobiernos nos lo muestra una de las películas recientes del director Clint Eastwood. “La Conquista del Honor” nos narra los pormenores de un grupo de soldados norteamericanos que se convirtieron en héroes de guerra a partir de una fotografía. La fotografía presentaba a cinco soldados clavando una bandera norteamericana en el peñon de Iwo Jima durante la invasión norteamericana al Japón en la segunda guerra mundial. Esta imagen fue el centro de una feroz campaña para recaudar fondos destinados a financiar la guerra en los Estados Unidos y fue clave para garantizar el triunfo norteamericano.

Para leer:
- Marcela Gené, “Un Mundo Feliz. Imágenes de los trabajadores en el primer peronismo, 1946-1955”, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2005.
- John Berger, “Mirar”, Ed. De la Flor.
- Eric Hobsbawm, “El mundo del trabajo”, Ed .Crítica, Barcelona, 1987.