
A quienes hayan visto la película “María Antonieta” de la directora “Sofía Coppola”, probablemente les haya impactado la fastuosidad de la corte francesa del siglo XVIII. La variedad de colores, de géneros, el brillo en la vestimenta de las cortesanas, la multiplicidad de los accesorios, la utilización de las piedras preciosas en el atuendo. Y sobre todo, el lujo del palacio de Versalles.
Por entonces, hacía tiempo que la corte francesa imponía los dictados de la moda entre las elites europeas. La posición rectora de Francia en este aspecto databa del siglo XVII. De hecho Versalles había comenzado a construirse en el siglo XVII por iniciativa de Luis XIV (1668). Y fueron justamente los funcionarios de Luis XIV quienes explícitamente promovieron el consumo suntuario para fortalecer la manufactura real francesa y así reforzar su balanza comercial, mediante la exportación de estos productos. El ministro Colbert solía decir “La moda es para Francia lo que las minas de oro son para el español”.
El siglo XVII fue conocido como un siglo de crisis en Europa, si bien esta crisis no afectó a todos los países. Como toda crisis impuso cambios estructurales y entre ellos, transformaciones en la demanda de bienes y en las pautas de consumo de la nobleza, pero también del campesinado y de los sectores urbanos. Para tener una idea de la magnitud de tales cambios, vamos a retroceder aún más en el tiempo, hasta el medioevo.
Por cierto, el consumo europeo no es homogéneo ahora ni era homogéneo entonces, variando por región y por clase socioeconómica. Las diferencias sociales se identificaban especialmente en la composición de la dieta y en la cantidad de calorías ingeridas. Por ejemplo, durante el medioevo un pequeño campesino consumía alrededor de 2000 calorías diarias, mientras que un noble, 4000 calorías.
Pero, ¿cómo se componía la dieta del campesino? Los cereales eran la base de la dieta. Pan de centeno o cebada, a veces de avena. El pan de trigo sólo era consumido por las clases acomodadas. En caso de que el campesino sembrara trigo, este se utilizaba para pagar impuestos o intercambiar en el mercado por otros productos. El trigo era la única cosecha convertible en dinero. También se alimentaba de gachas, una comida compuesta de harina cocida con agua y sal, que podía aderezarse con leche o miel y polenta (gacha de harina de maíz). Para beber, cerveza de cebada en el norte de Europa, vino e hidromiel en otras regiones.
Esta dieta básica se complementaba con legumbres (alubias, garbanzos), pequeñas cantidades de lácteos (no muy frecuentes), algunas frutas secas y hortalizas según la región. También pescado. Los campesinos rara vez comían carne, de cordero o de cerdo (se calcula un consumo promedio de no más de 200 grs. por semana); y nunca carne de ternero, pollo o venado.
En una sociedad donde el hambre era una amenaza frecuente, el estatus de las personas se juzgaba por la cantidad de alimento consumido. Ricos eran aquellos que comían hasta saciarse. En el mundo medieval donde la mayoría de los individuos eran débiles y desnutridos, una persona saludable y robusta era considerada rica. Y por cierto, las ocasiones especiales se celebraban con un festín.
Es claro que la mayor parte del campesinado consumía lo que producía. Sólo una pequeña parte de la producción se destinaba al mercado. El excedente de producción era dirigido a pagar los impuestos. Las malas cosechas implicaban grandes privaciones; mientras que las buenas implicaban más para comer y más para vender. La familia campesina destinaba entre el 80 y el 90 por ciento de su presupuesto a la comida; cualquier incremento se destinaba a la alimentación. El restante cubría las necesidades de vestimenta, vivienda y combustible.
El vestido era sólo aquel necesario para protegerse del clima y rara vez se cambiaba. La tela corriente era el tejido de lino fabricado en la casa. La vivienda, generalmente proporcionada por el señor feudal, era precaria: una choza apenas amueblada: un cofre, una mesa, un banco, un par de lechos y algunos utensilios de cobre y estaño. Podía tener dos habitaciones contiguas o una sobre la otra. Según el caso, en la pieza inferior o contigua dormía el ganado con el fin de aprovechar el calor que irradiaban sus cuerpos. Como combustible se usaban los recortes caídos en los terrenos comunales, algunos leños de los bosques (si lo permitía el señor) y la turba.
El 80/90 por ciento de la población era campesina, de modo que la demanda era muy débil. ¿Quienes conformaban el 10 o 20% restante? La alta nobleza, el clero y la baja nobleza, los campesinos prósperos, los comerciantes y los artesanos. La demanda de este sector era más alta y diversificada. Entre los alimentos, además del pan de trigo, consumían carnes, pescado, lácteos producidos localmente, y también bienes importados, como los vinos de Burdeos o de Gascuña, y las especias. La demanda de paños, tejidos finos era importante así como la demanda de productos de la madera para leña, para muebles y para la construcción.
Decíamos que el siglo XVII fue conocido como un siglo de crisis. El indicador central de la crisis fue la caída de los precios del cereal, que significó el aumento de los ingresos para aquellos que no estuvieran dedicados a la producción agrícola, puesto que con el mismo ingreso podían adquirir más productos. En este contexto, se produjo la expansión de las importaciones de tabaco, café, te, azúcar y cacao. Y un aumento del consumo urbano. Ginebra, periódicos, tabaco, café, te, azúcar, especias; el pavo (oriundo de México, introducido en el XVI). También el chocolate (que llegó de México a España en el XVI), el café (que se cultivaba en Etiopía desde el siglo XV y llegó a Venecia a principios del siglo XVII, extendiéndose luego por toda Europa).
En el pequeño campesinado, los cambios se manifestaron sobre todo en la descerealización de la dieta, con la introducción del cultivo de patata que llegó de Sudamérica por la vía de España en el siglo XVI. A mediados del XVIII su cultivo estaba extendido por toda Europa. También el cultivo de maíz se extendió entonces. A partir del siglo XVII, la dieta de los sectores más pobres tenía una mayor porción de lácteos, fundamentalmente queso y leche, y de carne de buey o de cordero, además de mantequilla. Además las raciones eran más abundantes.
La demanda de bienes de consumo creció en forma absoluta y mejoró la alimentación para las poblaciones urbana y rural a más bajo precio; en consecuencia aumentó el presupuesto familiar destinado al consumo de otros bienes (ginebra, periódicos tabaco, café, te, azúcar, especias). Como podemos suponer, el aumento y diversificación de la demanda de bienes de consumo se produjo sobre todo en clases altas y medias urbanas. La vestimenta tuvo mayor variedad, en tejidos y colores, se difundió la utilización del cuero y los tejidos de lana adquiridos en el mercado, además de las prendas de paño.
El gran consumo era ejercido por la nobleza, las clases medias urbanas y los ejércitos: tejidos de lana ligeros, tejidos de algodón estampado de oriente, accesorios como guantes de cuero, ceñidores, gorguera, puños, capas, sombreros, piedras incrustadas, botones de oro, encajes y cintas, terciopelo. En el siglo XVII, se empezaron a usar, por ejemplo, los tacones altos. Aparecieron prendas destinadas a usos específicos como las ropas de montar y las prendas de luto, los uniformes para bomberos, la vestimenta de religiosos y los uniformes para soldados.
En la vivienda, el yeso comenzó a sustituir a la madera en el techo, se comenzó a utilizar revestimientos de papel, ventanas de vidrio y de cristal. La construcción de muebles se desarrolló como artesanía especializada. Se comenzaron a utilizar cubiertos (cuchara y tenedor) y mantelería. Cambiaron los instrumentos para cocinar, los calderos de bronce por cacerolas de cobre. Comenzaron a usarse accesorios para las camas: antes de paja con una manta encima; ahora con almohadas, sábanas y cubrecamas.
Estas transformaciones tuvieron otras consecuencias para el campesinado más pobre. Muchos de ellos perdieron sus tierras y debieron migrar a las ciudades, formando parte de la plebe urbana. Otros con más recursos, comenzaron a utilizar parte del tiempo que antes dedicaban a la agricultura, a producir bienes manufacturados en sus hogares, dando lugar a la familia industriosa, en la que todos sus miembros trabajaban a tiempo completo, sobre todo las mujeres y los niños.
Los cambios del siglo XVII abrieron paso a una intensa movilidad social y geográfica que modificaría profundamente la sociedad europea, y la movilidad afectó la visión estática y jerárquica de la sociedad previa. Estos cambios se cristalizaron políticamente en la Revolución Francesa de 1789.
María Antonieta no sabía esto. Y Sofía Coppola intenta mostrar hasta qué punto ella no era conciente (como tampoco lo era su marido, el rey Luis XVI) del mundo que vivía fuera del palacio. Muestra la vitalidad y alegría de una reina adolescente y la convierte en una adolescente más, congelando su figura en el bello universo de la corte. La historia se detiene ahí, en la puerta de la revolución francesa. La revolución francesa colocó a María Antonieta en una posición diferente. Porque María Antonieta no era sólo una adolescente, sino la reina de Francia.
Para ver:
- Marie Antoinette. Dir. Sofia Coppola (2006).
- Vatel. Dir. Roland Joffé (2000).
- La Noche de Varennes. Dir. Ettore Escola (1982).
Para leer:
- La economía de Europa en un periodo de crisis. Jan de Vries. (Madrid, Cátedra, 1992).