CABEZAS RAPADAS


Año 1921. Rosa del Río asumía el cargo de directora de una escuela recién creada. Una escuela pobre, de un barrio pobre, como lo era entonces Villa Crespo, habitado por inmigrantes, y especialmente por inmigrantes judíos. Al momento de entrar a la escuela, la directora separa a una parte de los varones, a quienes hace permanecer en el patio, y deja a los demás ingresar a las aulas. A continuación, hace llamar al peluquero del barrio, a quien le dice que rape las cabezas de todos los chicos que estaban en el patio. El peluquero, pone una silla y, les pasa la máquina de afeitar a los chicos, dejándolos rapados. Al final de la mañana, la tarea había terminado y el patio había quedado cubierto de pelos de chicos pobres.

Para la directora, esto era una lección práctica. Había una epidemia de piojos en 1921 y la directora no quería que su escuela se llenara de piojos. El hecho no generó ninguna reacción entre los padres. La mayoría de los chicos eran extranjeros o hijos de extranjeros, y sus padres sencillamente no se planteaban la posibilidad de cuestionar la autoridad escolar. Por otra parte, Rosa del Río era “la directora”, con mayúsculas, y como tal, siguió siendo recordada en Villa Crespo, décadas después, con absoluta reverencia, aunque no recordaran su nombre.

Poco tiempo después, la directora, decidió que su escuela, debía distinguirse entre las demás escuelas pobres por alguna característica. El momento para concretar la idea fue en ocasión de una fecha patria. En esos años y hasta hace poco tiempo atrás, las fiestas patrióticas y especialmente, el 25 de mayo, se celebraban en las plazas públicas. Los alumnos se reunían tempranito en la escuela, desde donde salían encolumnados hacia la plaza, y allí desfilaban, frente a las autoridades de gobierno. Para este festejo, la directora compró varios metros de tafeta blanca y celeste, los cosió y formó un montón de cintas argentinas que colocó en la cabeza de cada una de las niñas y como corbata de cada uno de los varones. Así salieron y marcharon estos chicos para desfilar en la plaza.

Entonces el discurso patriótico se ponía en acto. La escuela no sólo pregonaba hábitos de higiene sino que intervenía en el cuerpo de los niños, en la cabeza de las personas. La escuela era el lugar que la escuela donde las cabezas se modificaban, enriquecían, estructuraban y preparaban. La escuela era la encargada de formar una buena cabeza.

¿Quién era la directora? Nacida en 1883, era ella misma una hija de inmigrantes, de una madre analfabeta, en cuya casa los únicos libros eran los libros de la escuela. Rosa, a través de la escuela primaria primero, y en el colegio normal después, tomó un camino que la liberó de ser costurera u obrera, como bien se sabe, el destino mayoritario de las niñas pobres, cuando en la Argentina había mucho trabajo.

Dos cuestiones aparecen entonces: Por un lado, en la escuela aparecen la organización y el disciplinamiento de la sociedad mediante la aplicación de prácticas compulsivas, de métodos autoritarios. Por otro, la escuela también era el espacio que daba la posibilidad de hacer un camino más independiente, de educarse y progresar.

Esto sucedía en los principios de la estatalidad argentina, cuando el estado registraba minuciosamente su accionar en todas las esferas. Los programas, la cantidad de horas, las estadísticas que presentaban sistemáticamente la composición social y demográfica de cada una de las escuelas localizada en cada uno de los distritos, las acciones de las maestras; todo esto aparecía registrado y muchas veces publicado en El monitor de la educación, la publicación fundada por Sarmiento en 1881. Un estado que intervenía, registraba, y transmitía claramente los criterios que orientaban las prácticas educativas.

Había entonces un Estado que era importante para los pobres. Rosa solía visitar los hogares de los chicos de su escuela, generalmente conventillos, para pedir que los niños, "por favor", no abandonaran su escuela. Ella sabía que en las familias pobres los chicos mayores están casi forzados a dejar la escuela para trabajar. Chicos que vivían en casas precarias, con muchos hermanos, donde las mujeres se levantaban a las cuatro de la mañana para hacer el fuego con leña, donde la hermana mayor debía cuidar a sus hermanitos pequeños y luego coser todo el día. Ella conocía las razones por las cuales los chicos y las chicas podían dejar la escuela, porque ella misma había vivido esta situación. De modo que asumió la prescripción de "Ser alguien" con más fuerza que nadie. Si los chicos se disciplinaban, estudiaban y eran patriotas, llegarían a ser alguien.

Beatriz Sarlo, quien nos trae este relato, sostiene que en esta situación hay un artefacto estatal funcionando con eficacia, un Estado que hoy no está.

Era el Estado, o era Rosa del Río, la avanzada del Estado? Si era el Estado, ¿en qué momento el Estado se desvaneció?. ¿Fue durante el gobierno de Carlos Menem? ¿Fue a partir de la última dictadura militar?

Los hechos relatados, al igual que la imagen de Rosa recorriendo los conventillos para pedir que no abandonen la escuela nos hace pensar que la iniciativa de esta mujer así como su afanosa construcción de simbolismos dirigidos a comunicar la ideología estatal fueron los elementos concretos que conformaron una imagen del estado para aquellos pobres inmigrantes.

Quiero decir entonces que sin ideología estatal, la iniciativa no alcanza. Para defender un ideal, para ejercer la vocación, debe existir algo que defender, un plan, un proyecto de país, un camino recorrido. Por lo tanto me inclino a pensar que la ideología estatal que promovía la educación laica y gratuita para todos, representada por la ley de educación 1420, ideología estatal a la cual se integró la democratización de las instituciones universitarias impulsada por la reforma universitaria de 1918, tuvo su fin en 1966. Con más precisión, el 29 de julio de 1966, cuando la policía federal argentina entró en cinco facultades de la UBA para golpear la cabeza de profesores y de estudiantes que reclamaban la vigencia de la reforma del 18.

Un ciclo se cerró con las cabezas golpeadas. De ahí en más, yo me atrevería a decir que el valor del conocimiento y sobre todo, el valor de la transmisión del conocimiento perdieron su lugar en la sociedad argentina.

Este relato tiene un destinatario puntual. A quienes hablan de la vocación ajena, preguntamos si ellos mismos creen o defienden alguno de esos ideales que el estado debería promover.

PARA LEER:

Cabezas rapadas y cintas argentinas, de Beatriz Sarlo, en Prismas. Revista de Historia Intelectual, año 1, nº 1, 1997.